La carretera (Cormac McCarthy)

Nuevos vistazos al blog, miradas distintas, gentes distintas y claro conclusiones distintas. Es importante renovarse sino toca morir. Algunas de las nuevas apreciaciones estilan que demasiado rollo macabeo y poca enjundia en el libro. Algo así como un plato en restaurante de esos que nunca visitaré. Poca comida y demasiada presentación. Otros sugieren que mucha poesía. Estoy de acuerdo las últimas entradas eran demasiado dulzonas. Una mezcla de miel con merengue. Pero bueno, a lo escrito me remito. Somos lo que escribimos y cómo lo escribimos. Quisiera ser un Jonh McCaihn y no logró salir del Balboa de barrio. Yo ya me entiendo. A lo nuestro: La carretera es asfalto, polvo y kilómetros y kilómetros y kilómetros. La carretera se salva porque se acaba, el coche se aparca en algún lugar y bienvenidos, todos tenemos nuestra Ítaca. En este libro la carretera es un largo punto suspensivo. No hay final, ni parada, solo asfalto. Un padre, un hijo, un carrito de la compra vacío y un mundo devastado por la guerra. Un viaje sin destino, en el que el padre trata de salvar lo único que le importa, su propio hijo.  Rodeado de violencia y brutalidad alguno podría interpretar que McCarthy aboca a la desesperanza. Pero no, el hecho mismo de viajar es la esperanza. En un mundo destrozado por el dolor de la violencia, el punto de llegada y el de partida son el mismo. El padre camina sin rumbo y sin ganas, pero camina, no hay punto de llegada, pero camina. Y lo hace por su hijo. La esperanza no está en el fin del viaje sino en el viaje mismo. Es grande McCarthy, es sobrio, es duro. Son ciento y pico páginas con el ay a punto de estallar. Pero entre los deshechos se levantan como héroes un padre, un hijo y un carrito de la compra vacío.